A ver qué les parece ESTE ARTICULO:
El nombre del club de Madrid es menos poético que el de Seattle. Se llama Pajas Entre Colegas. El proyecto lleva años en pie, pero cuando los domicilios particulares se quedaron pequeños para las reuniones Nacho encontró en Alcorcón un antiguo bar de copas de unos 100 metros cuadrados con un aforo para 70 personas. Las paredes están decoradas con grafitis, tiene dos aseos, burros para la ropa, taquillas de seguridad para los objetos de valor, sillones amplios y dos pantallas gigantes que emiten, exclusivamente, vídeos de hombres masturbándose. Hay música, habitualmente jazz suave, e iluminación tenue e indirecta. “Por lo general, cuando algún miembro termina, no se suele ir”, explica Nacho. “Se queda para repetir tantas veces como quiera o pueda durante las tres horas que dura cada evento. Entre orgasmo y orgasmo siempre se charla, como si fuésemos viejos amigos, sin malos rollos. Sin vergüenza”.
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Rosenberg, desde Seattle, aborda en su discurso otra óptica igual de intrigante: explica por qué muchos hombres gais, aunque haya decenas de aplicaciones y plataformas para conseguir compañeros sexuales, prefieren pagar por pertenecer a un club con reglas muy firmes. “Muchos hombres buscan experiencias sexuales sin riesgo, sin los peligros de practicar el cruising (la búsqueda de sexo en lugares públicos por parte de hombres) en cualquiera de sus formas y sin las incómodas negociaciones que conlleva tener sexo por primera vez con otro hombre. Los clubes de masturbación eliminan esos torpes procesos que las opciones fáciles de las apps de ligoteo dejan sin respuesta. No hay necesidad de acordar un momento o un lugar, analizar quién tiene sitio o, sencillamente, si serás compatible con la otra persona. En clubes muy concurridos, como New York Jacks o Rain City Jacks, cuando hay 120 hombres presentes en un evento, las posibilidades de que encuentres a alguien que coincida con tus preferencias son altísimas”
El nombre del club de Madrid es menos poético que el de Seattle. Se llama Pajas Entre Colegas. El proyecto lleva años en pie, pero cuando los domicilios particulares se quedaron pequeños para las reuniones Nacho encontró en Alcorcón un antiguo bar de copas de unos 100 metros cuadrados con un aforo para 70 personas. Las paredes están decoradas con grafitis, tiene dos aseos, burros para la ropa, taquillas de seguridad para los objetos de valor, sillones amplios y dos pantallas gigantes que emiten, exclusivamente, vídeos de hombres masturbándose. Hay música, habitualmente jazz suave, e iluminación tenue e indirecta. “Por lo general, cuando algún miembro termina, no se suele ir”, explica Nacho. “Se queda para repetir tantas veces como quiera o pueda durante las tres horas que dura cada evento. Entre orgasmo y orgasmo siempre se charla, como si fuésemos viejos amigos, sin malos rollos. Sin vergüenza”.
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Rosenberg, desde Seattle, aborda en su discurso otra óptica igual de intrigante: explica por qué muchos hombres gais, aunque haya decenas de aplicaciones y plataformas para conseguir compañeros sexuales, prefieren pagar por pertenecer a un club con reglas muy firmes. “Muchos hombres buscan experiencias sexuales sin riesgo, sin los peligros de practicar el cruising (la búsqueda de sexo en lugares públicos por parte de hombres) en cualquiera de sus formas y sin las incómodas negociaciones que conlleva tener sexo por primera vez con otro hombre. Los clubes de masturbación eliminan esos torpes procesos que las opciones fáciles de las apps de ligoteo dejan sin respuesta. No hay necesidad de acordar un momento o un lugar, analizar quién tiene sitio o, sencillamente, si serás compatible con la otra persona. En clubes muy concurridos, como New York Jacks o Rain City Jacks, cuando hay 120 hombres presentes en un evento, las posibilidades de que encuentres a alguien que coincida con tus preferencias son altísimas”