
Aún pasada la primera década del siglo XXI, y a pesar de los avances registrados con respecto a los derechos humanos y a las minorías sexuales, muchos homosexuales, tanto hombres como mujeres, siguen sufriendo los mismos problemas que aquejan desde hace décadas: discriminación social, problemas psicológicos, ocultamiento y doble vida, entre otros. Pero si a eso le sumamos el contexto de formar parte de una iglesia cristiana y ser un cura o pastor de una congregación, la presión y los conflictos son aún mayores.
Esto es lo que le sucedió a un pastor protestante de una iglesia de España, llamado Rafael, quién en una entrevista a 20minutos.es, hizo un relato sobre lo que tuvo que vivir durante su permanencia en la congregación en la que hasta hace poco más de un año celebraba sacramentos y daba misas. Según declara, desde siempre recuerda que sentía ser homosexual, pero que los problemas comenzaron después: “mi verdadero conflicto vino cuando estaba en el seminario. Allí hablaban continuamente en contra de la homosexualidad y eso me provocó un grave problema de conciencia que me hizo caer en una profunda depresión.” Por esto, como un acto para que Rafael dejara esas “conductas inapropiadas”, su iglesia tomó una primera decisión: “me llevaron a un psiquiatra que trató de "curarme" con pastillas. Llegué a tomar más de quince pastillas diarias”. Esto duró dos años y lo marcó profundamente
Finalmente, hace poco más de un año, se dio cuenta que no podía seguir ocultando su situación y compartió su vivencia con el obispo: “decidí decirle a mi obispo que no quería seguir manteniendo en secreto que era gay y que convivía con otro hombre desde hacía nueve años”. Por esto, el obispo lo suspendió. Actualmente, no tiene parroquia y a pesar de que sigue siendo presbítero, no puede ejercer el sacerdocio: “esto es lo que dice el papel que me enviaron aunque para mí ese papel no tiene ningún valor”.
Cuando le preguntan que siente cuando escucha a la jerarquía eclesial hablar en contra del matrimonio homosexual y de las parejas gay, Rafael responde sin vacilaciones: “me da mucha rabia, pero después me da mucha pena. Creo que en la iglesia se debe terminar con la hipocresía, y en este tema hay mucha”. Y asegura que le pediría a dichas autoridades religiosas que se arrimen a Jesús: “Les diría que se acerquen más a Jesús y le dejen entrar en sus corazones para que así se llenen de amor y todo lo malo que habita en ellos sea expulsado”.